La sensación de frescor apenas duró. En cuanto se secó, en tan solo un par de minutos, un bochorno insoportable volvió a hacer que su piel volviera a transpirar copiosamente. Salió rápido del baño buscando el frescor que a intervalos producía un enorme ventilador situado en el techo y repentinamente se encontró mejor, tumbado en la cama bajo aquel bendito invento que le devolvía a la vida a cada giro de sus aspas. Lentamente cerró los ojos y se adormeció.
Un poco aturdido, como si le
costase salir del profundo sueño en el que se había sumido, Norte fue
recuperando la consciencia y recordó el larguísimo viaje desde Guatemala, su
visita a Copán y su regreso a la habitación del albergue donde se alojaba. Del
exterior, la luz mortecina procedente de un farol situado casi enfrente a su
ventana, apenas conseguía romper la negrura de la noche y el ruido procedente
de conversaciones de pequeños grupos de personas le indicaban que el frescor de
la noche había logrado proporcionar un pequeño alivio a las altas temperaturas
que habían sufrido durante el día.
De pronto, un sordo ruido abdominal le
recordó que, desde el copioso desayuno que se había tomado en compañía de
Quintanilla, no había vuelto a probar
alimento, así que se vistió a toda prisa y salió decidido a buscar un lugar
donde cenar.
Callejeó por las empinadas calles
disfrutando de la agradable temperatura hasta dar con un colorido y alegre local
con sugerentes aromas. “Carnitas Nia Lola”, una antigua herrería reconvertida
en restaurante, parecía el local más concurrido de todo Copán Ruinas. Así que
Norte se animó y pidió una mesa pensando
en que la soledad, con demasiada frecuencia, se vuelve cruel.
̶
Una “Imperial” y unas fajitas de res a la fragua con guacamole, chile
dulce y cebolla, por favor –solicitó Norte a la simpática camarera después de
ojear la carta.
Observó a la clientela con cierto
interés. Una variopinta mezcolanza de turistas y lugareños, charlaba
animadamente, intentando hacerse oír por encima de la música folclórica que
sonaba en el local. Las meseras servían las bebidas y los platillos no solo portándolos
con sus manos sino también, en precario equilibrio, sobre sus cabezas en un
intento de causar sensación entre los turistas.
Mientras saboreaba la refrescante
cerveza, Norte se fijó en una de las mesas situada justo a su izquierda, en una
esquina del local. La única que, como la de él, estaba ocupaba por una sola
persona. En ella, una joven de rasgos centroamericanos con una larga melena de
color negro azabache, observaba con detenimiento un plano desplegado sobre la
mesa.
̶
¿Preparando la ruta de mañana? –se atrevió a preguntar Norte, deseoso de
un poco de conversación durante la cena.
Un poco sorprendida la mujer
levantó la vista de los papeles y durante unos instantes se mantuvo en
silencio, como evaluando la respuesta que debía dar. Finalmente, en su rostro
se dibujó una hermosa sonrisa antes de contestarle.
̶
Oh no. Estoy aquí por trabajo, no por turismo.
̶ Disculpe, no quería importunarla.
̶
No importa, simplemente estaba repasando unas cosas y ya había acabado.
Me tomaba una cerveza antes de comenzar a cenar pero no tengo muchas ganas y ya
pensaba irme.
̶
Mi nombre es Norte. ¿Le apetece tomarse una cerveza y compartir mi cena?
Yo tampoco tengo mucho apetito y creo que lo que pedí bastará para los dos.
.̶ ¿Norte?, ¿qué nombre es ese? –preguntó por
fin, tras un prolongado silencio, quizás intrigada por el origen de su
interlocutor.
– Disculpe de nuevo –sonrió
ofreciéndole una de las sillas vacías de su mesa– soy español y, en efecto, ese
nombre no aparece en el santoral, al menos que yo conozca. En realidad es un
seudónimo, un alias que utilizo desde hace tiempo, tanto que realmente ya me
olvidé de cómo lo adopté. ¿Y usted?, ¿cómo se llama?
̶
¡Ah! Perdón, mi nombre es Rosa Lila, Rosa Lila Medrano y soy hondureña ̶ le contestó al tiempo que recogía sus
papeles y se cambiaba de mesa.
̶
¿Rosa Lila?, ¿cómo el templo?
̶
Sí, en realidad es una vieja historia ̶ sonrió ̶ . Soy arqueóloga y mi padre fue
contratado como tantos otros hondureños para trabajar en las excavaciones de Ricardo
Agurcia aquí en Copán. Cuando descubrieron el templo, mi padre fue uno de los afortunados que
trabajaron en su interior. Eso le causó tanta impresión que cuando, a los pocos
meses, nací decidió ponerme el nombre del templo y más tarde, ¡ya ve!, no pude
inhibirme a la “maldición familiar” y estudié arqueología. Ahora mismo trabajo
para el Instituto Hondureño de
Antropología e Historia.
̶
¿Qué casualidad?, hoy mismo estuve visitando Copán y mañana tengo pensado
volver para visitar el Templo de Rosalila. Vine ex profeso desde
Guatemala para conocerlo ̶ aclaró
sorprendido mientras pedía a las meseras dos cervezas bien frías ̶ . ¿No me dirá que trabaja en el templo?
̶ No, ¡ya sería mucha casualidad!
Ahora mismo estoy trabajando en la Pirámide de los Jeroglíficos. Precisamente
ahora mismo estaba repasando unos datos antes de acostarme.
̶ Sí, hoy mismo estuve disfrutando de esa
escalera mágica. ¿Es posible que estuvieses allí?
̶ Pues claro. Soy la única mujer del equipo y
ahora mismo estoy yo sola. Mis compañeros se fueron a Tegus hoy por la tarde y
volverán en un par de días, así que podré descansar un poco.
̶ ¿O sea que estás estudiando los glifos de la
escalera?... ¿qué dicen?
̶ En realidad es un poco aburrido ̶ aclaró Rosa
Lila ̶ . Cuentan la historia de diversos reyes de Copán y lo hacen por medio de
un sistema que, con símbolos, representan palabras completas y
sílabas.
̶
¿Y el templo de Rosalila? ̶ preguntó
de nuevo Norte mientras le servía una fajita de carne de res ̶ , ¿es tan
hermoso como dicen?. ¿Sabes?, acostumbro a no documentarme demasiado sobre los sitios
a los que voy, especialmente en lo relativo a cuestiones gráficas. No quiero
perderme ese momento sorprendente de ver las cosas por primera vez.
̶
Rosalila, es uno de los edificios
enterrados, o mejor dicho “entumbados”, del templo 16, el más alto de la
acrópolis. Como ya te dije mi padre estuvo desescombrando cuando Ricardo
Agurcia descubrió el santuario casi intacto. Su principal característica es que
conserva la decoración original de estuco pintado. De hecho se mantiene así
porque cuando Rosalila fue sepultada se hizo con tanto cuidado que fue como si
pusiesen un sombrero de talla más grande sobre otro más pequeño.
̶
Mejor no me cuentes más. ¿Qué te parece si mañana me haces de guía? ̶ propuso sonriente a la vez que pedía un par
de copas de Guaro ̶ al fin y al cabo
mañana no tienes trabajo.
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